Sergio Zúñiga: ¿Castigo o consecuencia?
Nuestra reflexión de esta semana en la academia
ABIM.
Hace unos días, mi hijo me comentaba que una compañera de su escuela siempre está castigada. Que frecuentemente le dice a ella y a todas sus compañeras que sus padres la castigan de diferentes formas: No puede ver televisión, no puede salir, no puede recibir a nadie en su casa o que le quitaron su celular. Son tantas las ocasiones que la niña expresa que se encuentra en ese estado, que le dicen la castigada y me imagino que ella ya se acostumbró a esa situación.
Castigos que nadie deberíamos de juzgar porque se supone que cada padre conoce el porqué de su proceder; sabe o cree saber cuál es la mejor manera de educar a sus hijos, incluyendo la aplicación de premios o castigos.
¿En qué momento perdemos la paciencia y cordura quienes somos padres y castigamos a diestra y siniestra a nuestros hijos perdiendo la capacidad de dialogar o negociar?
Gran dilema representa para quienes somos padres y guías utilizar el criterio para aplicar reprimendas. Empezando por el término que utilizamos: ¡Estás castigado! Cuando somos los castigadores, somos los malos del cuento, los villanos de la película de la vida de nuestros hijos e inmediatamente olvidamos que eso que estamos “castigando” es precisamente la consecuencia de una acción que ellos mismos decidieron hacer.
En relación al tema tengo varias recomendaciones que quiero compartir contigo:
Cuando son menores de edad, antes de la pre-adolescencia lo ideal es el diálogo constante, frecuente, más que el castigo. Es la mejor forma de enseñarlos a conocer los pros y contras de cualquier acción. Tristemente la falta de tiempo o paciencia nos hace tomar reprimendas, amenazas o castigos.
¿No sería más conveniente cambiar la palabra castigo por consecuencia? Porque a fin de cuentas eso es. Una consecuencia que ellos adquieren fruto de un acto indebido.
Lo ideal sería aclarar por adelantado cuales serían las consecuencias en caso de… Porque en muchas ocasiones se aplican en forma sorpresiva causando frustración y tristeza por no conocer previamente cuáles son los límites.
Es fundamental ser claros, precisos y concisos en aplicar esas consecuencias de sus actos, Explicar claramente qué sucederá si no cumplen con lo que deseas. “Vas a ver que te va a pasar si no haces esto o aquello”. Solo dicen que “van a ver” pero no aclaran qué es lo que van a ver.
Por el excesivo amor que les tenemos, no somos capaces de cumplir la amenaza y por lo tanto, los hijos nos tienen tomada la medida. “Te voy a quitar el celular una semana”. Y a los tres días le dices, bueno, ya fue mucho tiempo; aquí lo tienes para que te reportes de donde andas. O aplicamos amonestaciones, castigos o reprimendas que ni tu te la crees que lo vayan a cumplir ya que la amenaza es fruto de un arranque repentino de ira: ¡¡Nunca más volverás a ver la televisión!! ¡Nunca jamás! ¿quedó claro? Por favor, cómo se te ocurre aplicar ese castigo que de antemano sabes que es prácticamente imposible.
En la mayoría de los casos, las limitaciones que ponemos en forma de “castigo o consecuencia” son canceladas repentinamente por la insistencia de los hijos. Nos gana el arrepentimiento y cedemos cuando nos hacen cara de El gato con Botas de la película Shrek. ¿Recuerdas esa película donde el gato, para evitar problemas, ponía una cara inocente, excesivamente tierna que hacía que todos los espectadores nos sintiéramos conmovidos? Pues esa misma sensación sentimos quienes no tenemos mano dura para respetar nuestras propias decisiones que se suponen es por el bien de quienes tanto queremos.
Evita exagerar en los límites aplicados. Tanto las consecuencias como los premios deberían de ser analizados profundamente antes de expresarlos. Ya que de esta forma no sentiríamos esa sensación de culpabilidad que acompaña a muchos padres que deseamos fomentar una cultura basada en el amor y no en el miedo. Es mejor el diálogo claro que el castigo sorpresivo.
No olvides que lo que más nos cala cuando los hijos no hacen lo que deseamos es perder la autoridad, más que la causa en sí.
En relación a este último punto, me gusta la recomendación que encontré en el libro de Yordi Rosado titulado Renuncio. Tengo un hijo adolescente, que hace el psicólogo experto en adolescentes Federico Soto. Él comparte tres niveles de faltas y algunas recomendaciones que te ayudarán a tomar mejores decisiones en relación con las consecuencias de los actos que cometen nuestros hijos, especialmente los adolescentes y jóvenes:
Nivel 1. Incluyen las faltas como no contestar cuando se les habla, las exclamaciones de fastidio, la típica respuesta de ahí voy… cuando se les habla, y nunca vienen; cuarto tirado, forma rara o que no te agrada en su vestir, traen cara de fastidio constantemente, hablan con groserías. Por increíble que te parezca, la recomendación de este especialista es no lo hagas más grande. Esto es temporal y procura no hacer nada. Es precisamente en estos casos cuando más nos molestamos por la falta de control que tenemos con ellos, fruto de la independencia que un adolescente busca. No le recojas su cuarto, no le tomes importancia a su exclamación ni a su cara de fastidio y verás que pronto pasa. Dile sus consecuencias y evita gastar energía en corajes innecesarios. “Tomaré dinero de lo que te doy para pagar a alguien que venga a fumigar tu cuarto periódicamente por la gran contaminación que guarda ese muladar”.
Nivel 2. Los permisos, las salidas, la hora de llegada, con quién vas, pérdida de ganas para estudiar. La recomendación del psicólogo Soto es la negociación y llegar a acuerdos de los límites y consecuencias de sus actos.
Nivel 3. Son los problemas más graves que requieren con urgencia ayuda profesional. Alcoholismo, problemas serios en la escuela, robo, vandalismo, delincuencia, promiscuidad.
Espero que estas recomendaciones te sean de ayuda para tomar las mejores decisiones: ¿Castigo o consecuencia?
¡Ánimo!, ¡Hasta la Próxima!
-Jesús Zuñiga es coach en las regiones triquis en Oaxaca. Puedes seguirle en Facebook y apoyar su causa.
El nombre del professor es Sergio Zuñiga, no Jesus.
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