La
Generación
Dorada del basquetbol argentino
César
Abraham Navarrete Vázquez
Para
mi hermano
Omar, compañero
en la vida y en el juego
Los
mejores jugadores se vuelven héroes,
los mejores equipos mitos.
Franco
Bavoni Escobedo, Los
juegos del hombre
Acaso
la peor nostalgia no se sea aquella que se recuerda en el futuro,
sino la inminente. El tiempo es inmisericorde con la vida humana,
aunque se ensaña
particularmente con el deporte; con los deportistas, mejor dicho. Su
actividad es efímera
incluso si se compara con el período
productivo de otras profesiones.
Playera de Emmanuel Ginóbili. Indumentaria de la Selección argentina en los Juegos Olímpicos de Londres 2012. César Navarrete. JPG. Fotografía: César Navarrete. |
Existen
muchos equipos ganadores, pero realmente hay muy pocos con espíritu.
Por ello, no es ilógico
que a la camada de basquetbolistas argentinos calificada
posteriormente por los medios de comunicación
como «La
Generación
Dorada»,
se le conozca en su país
coloquialmente como «El
Alma».
Antecedentes
En
1950, apuntalada por Oscar Alberto Furlong, el baloncestista más
destacado de su nación
hasta la década
de los ochenta, la Argentina ganó
el
primer Campeonato Mundial organizado por la Federación
Internacional de Basquetbol (en los Juegos Olímpicos
de Londres 1948 finalizó
quince y cuatro
en Helsinki 1952).
A
pesar de obtener los Campeonatos Sudamericanos de 1966, 1976, 1979 y
1987, la «celeste
y blanca» no
trascendió a
nivel internacional hasta que se coronó
en
los Juegos Panamericanos de Mar del Plata 1995 con jugadores como
Marcelo Milanesio, Diego Osella, Luis Villar, Esteban De la Fuente y
Juan Espil. Esta generación
asistió al
Juego Olímpico
—como
lo llaman ellos—
de
Atlanta 1996.
El
conocimiento del basquetbol de esta latitud se lo debo a la cadena
ESPN y a su transmisión
del XXXVII Campeonato Sudamericano de 1997 en Maracaibo, Venezuela.
Uruguay dominaba entonces la región
bajo el liderazgo del base de 1, 77 metros, Marcelo Capalbo.
Lo
que para otros televidentes fue una extravagancia, para mí
resultó
un
descubrimiento trascendente. A pesar de que compraba la revista
española
FIBA
Basket —que
se exhibía
esporádicamente
en las tiendas departamentales mexicanas—,
estaba más
acostumbrado a las ligas norteamericanas: la NCAA y la poderosa NBA.
Aquel
torneo me trascendió
como
televidente e investigador, pues me acercó
a
otra sensibilidad, la sudamericana. Alguna vez, jugando con amigos
hondureños
en una cancha mexicana, uno de ellos me comentó
que
la mecánica
de mi tiro era estadounidense (el lanzamiento por encima de la cabeza
y en suspensión),
en tanto la suya, europea.
La
Generación
Dorada
El
Mundial Sub-22 de Australia 1997 marcó
la
presentación
mundial de un conjunto de pibes, del cual quedó
fuera
Andrés
El
Chapu
Nocioni debido a problemas disciplinarios.
Cuenta
la leyenda que, después
caer en semifinales, los «pendejos»
(el
argentinismo se emplea para aludir a los niños,
los inexpertos, los jóvenes…)
se prometieron trascender. Cumplieron su palabra porque durante el
siguiente decenio protagonizaron el basquetbol internacional hasta
convertirse en el mejor equipo del planeta (la FIBA los clasificó
como
número
uno del 2008 al 2012).
Varios
de sus miembros habían
coincidido en las categorías
inferiores
cuando contaban apenas dieciséis
años.
Guillermo Edgardo Vecchio, otrora
campeón
panamericano en 1995 y entonces seleccionador juvenil, los sometió
a
brutales entrenamientos aprendidos con los boinas verdes, además
de inculcarles la mentalidad ganadora: «Hablaba
de medallas, de podios cuando no pasábamos;
apenas nos clasificábamos»,
declara el movedor Juan Ignacio Pepe
Sánchez
(Vecchio dirigió
a
México,
pero como siempre la grilla hizo su estadía
efímera).
El
Sudamericano
de Valdivia
2001 supuso para muchos de ellos la primera convocatoria a la
selección
definitiva. Después
de 14 años,
la
Argentina obtuvo su décimo
título
regional.
En
casa, en el Campeonato
FIBA Américas
de Neuquén
de ese mismo año,
se clasificó
invicto
al Mundial de Basquetbol de Indianápolis
2002 con un registro de 10-0.
Indianápolis
2002
El
sábado
17 de agosto de 2002, tras once años,
México
derrotó a
Argentina por 81 a 70 en el Palacio de los Deportes. Eduardo Nájera
anotó 22
puntos y capturó
10
rebotes (acaso esto y el subcampeonato del Centrobasket de Toluca
1999 hayan sido lo más
destacado del chihuahuense con la representación
mayor, sin considerar el cuarto lugar en la Universiada de Palma de
Mallorca 1999). Emmanuel Ginóbili
recuerda esta visita como una de sus experiencias más
extrañas
como seleccionado: «La
duela estaba mojada y no se podía
ni caminar».
Ya
en Indianápolis,
Argentina enfrentó
a
los Estados Unidos, en cuya plantilla figuraban Reggie Miller y Paul
Pierce. Venció
sorpresivamente
a los anfitriones. El
pisotón
de Jermaine O’Neal
a un lozano Luis
Scola de cabellera corta, después
de un afrentoso tapón,
resume la incredulidad y la impotencia de presenciar así
el
termino de la
racha de
imbatibilidad iniciada diez años
antes por el Dream
Team en
Barcelona 1992
(el baloncesto es una religión
en Indiana,
que
bien podría
denominarse como la
«Jericó
de USA
Basketball»,
ya que en 1987 había
perdido el título
panamericano, sufriendo la humillación
de su primera derrota como local contra el Brasil del máximo
anotador en la historia de este deporte y de los Juegos Olímpicos,
Oscar Schmidt).
La
revelación
del torneo llegó
a la
final contra la Yugoslavia serbomontenegrina. Vlade Divać,
Pedrag Stojaković
y Dejan Bodiroga —oxímoron
como «el
basquetbolista
lento más
rápido
del mundo»—,
se aprovecharon de la inexperiencia argentina con la condescendencia
de los árbitros.
Las circunstancias del resultado fueron frustrantes y afrentosas.
La
crisis económica
obligó a
los basquetbolistas a emigrar
a Europa (Marcelo
Nicola, el gran proscrito de la Generación,
quien tuvo diferencias irreconciliables con el seleccionador Rubén
Magnano, se había
marchado antes).
Emmanuel
Ginóbili
descolló con
el Virtus Bolonia en Italia. El continente europeo no había
visto a un jugador con semejante proyección
desde el croata Toni
Kukoč (si
bien no hay que olvidarse de Pedja
Stojaković,
ni del malogrado Predrag Danilović,
ni tampoco de Tony Parker). En 2003, Manu
fue contratado por San Antonio, ganando el primero de sus cuatro
anillos de campeón
en la liga y popularizando el eurostep
(movimiento introducido por el lituano Šarūnas
Marčiulionis,
en que el atacante al aro da un paso en una dirección,
a modo de finta, para dar el siguiente en otra, evadiendo la marca
del defensor).
Atenas
2004
En
la vida como en el deporte siempre hay algo que parece anticipar
felizmente lo porvenir. Durante la década
de los noventa, Atenas de Córdoba
había
dominado la liga argentina, destacando de igual modo en América
del Sur, además
de abastecer a la selección
nacional.
Pero
los partidos de preparación
anteriores a los Juegos Olímpicos
de Atenas 2004 fueron desastrosos. En esta concentración
se descartó a
Leandro Palladino y a Lucas Victoriano —integrantes
primigenios de las categorías
inferiores—,
en favor de Carlos Delfino y Walter
Herrmann.
Argentina
debutó contra
Serbia, la heredera de la gloria yugoslava. Aprendió
de
sus errores. En las postrimerías
del encuentro, el Puma
Montecchia asistió
a
Ginóbili
y éste,
sin posición,
lanzó un
tiro imposible para vengar el revés
del Mundobasket: «Fue
un milagro: tiré
un
zapato y entró».
Grecia
y sus casi veinte mil fanáticos
representaron un desafío
en la ronda de eliminación
directa. El partido fue ríspido;
nada salía
bien. La desesperación
se apoderó de
la docena dirigida por Magnano hasta que éste
recurrió a
un
elemento de la banca, quien participaba muy poco.
El
ingreso del sereno
Herrmann infundió
de
ánimo
a sus compañeros
(su aplomo estaba fuera de discusión:
en 2003 perdió
a su
familia —madre,
hermana y novia—
en un accidente automovilístico.
A un año
exactamente de la tragedia, el hábil
y musculoso alero guió
a su selección
—con
34 unidades y 11 rebotes—,
a conseguir otro campeonato sudamericano en Campos dos Goytacazes,
Brasil. Horas después
del juego su padre falleció
de
un ataque cardíaco).
Argentina
accedió a
las semifinales. Nuevamente se encontró
contra los Estados Unidos. Tim Duncan, Stephon Marbury, Dwyane Wade,
Allen Iverson, además
de Lebron James y Carmelo Anthony (en Río
2016, Melo
devino en el
único
basquetbolista con tres oros), conformaban esta versión.
Con un Ginóbili
inspirado en su primera aparición
olímpica,
el combinado argentino se convirtió
en
el único
en vencer en dos ocasiones a un cuadro estadounidense conformado por
elementos de la NBA.
El
sueño
se consumó ante
Italia en la final. Mientras la selección
de balompié se
colgó la
medalla de oro por la mañana,
la de «básquet»
lo hizo por la noche, dándole
a la Argentina la victoria en los dos deportes más
populares del orbe. Las imágenes
en la memoria de los aficionados: los abrazos en la banca, el bigotón
Magnano
corriendo
sobre
la duela como un niño,
los ramos florales, las coronas de laurel, las sonrisas y las preseas
mostradas a las cámaras
aquilatando el talento y el esfuerzo de esta pléyade
áurea,
ya no sólo
en el apelativo.
El
juego se difundió
por
la tarde en México.
Lo vi aunque no le presté
demasiada
atención.
Mi familia y yo estábamos
en Acapulco, acabábamos
de registrarnos en el hotel y padecíamos
de hambre. Fue la última
vez que estuve
en el puerto guerrerense.
Japón
2006, Pekín
2008 y Londres 2012
Para
Japón
2006 eran favoritos. En la antesala de la final, las dos Generaciones
Doradas de la época
—ambas
hispanoparlantes—
se toparon. Del mismo modo en que Argentina había
remontado la cima en Juegos Olímpicos,
España,
liderada por Pau Gasol, lo hacía
en el Mundial.
Emmanuel
Ginóbili
fue el abanderado de su delegación
en Pekín
2008 (la segunda de sus cuatro presencias). Aunque poco a poco las
estrellas de esta constelación
comenzaron a apagarse, su brillo se prolongó
más
de lo que se esperaba. Dicha competencia trajo otra medalla; en esta
ocasión
de bronce.
En
Londres 2012 Argentina ocupó
el
cuarto lugar. Parecía
un digno colofón
para el ciclo más
provechoso de la historia de su baloncesto en el que fungieron como
seleccionadores Rubén
Magnano, Julio Lamas y Sergio Oveja
Hernández
(sin olvidar a Guillermo Vecchio, quien predijo, contra críticas
y burlas, que «estos
chicos llegarían
a la NBA»).
Emmanuel Ginóbili,
Andrés
Nocioni, Luis Scola, Juan Ignacio Sánchez,
Fabricio Oberto, Walter Herrmann, Rubén
Wolkowyski, Carlos Delfino y Pablo Prigioni se enrolaron y su
desempeño
le abrió las
puertas a las generaciones posteriores.
España
2014 y Río
de Janeiro 2016
El
Mundial de España
2014 se considera el fin de la «Generación
Dorada»
del basquetbol argentino. Con ausencias determinantes, el plantel se
ubicó en
la posición
once.
El
reinado de una dinastía
de ensueño
como ésta
no careció
de imponderables: la
«Maldición
de las semifinales»
(los esguinces de Manu
en Indianápolis
2002 y Pekín
2008 y la ruptura de mano de Fabricio Oberto en Atenas 2004, además
de su retiro prematuro por una afección
cardíaca);
los desoladoras
adversidades
familiares de Herrmann; los 38 meses sin jugar y las 7 operaciones de
Carlos Delfino…
Sin
embargo, Ginóbili,
Nocioni, Scola y el propio Delfino aún
tenían
algo que decir.
Se
designó a
Monterrey como sede del Preolímpico
de 2015. Por diferencias comerciales, la Ciudad de México
acogió el
evento (algunos días
antes de la inauguración,
me enteré del
partido de exhibición
entre México
y Venezuela; asistí
con
la familia al Palacio de los Deportes, sede del basquetbol en México
1968. No se cobró
la
entrada. Sin saberlo, el triunfo venezolano fue presagioso: mis
hermanos, un amigo y yo presenciamos su celebración
semanas más
tarde).
Argentina
se presentó con
una camada renovada respaldada por Nocioni y Scola. Los dirigentes y
el cuerpo técnico
aspiraban al repechaje. Sin embargo, calificaron directamente como
subcampeones.
En
el Premundial de Caracas 2013, México
participó como
invitado, en sustitución
de Panamá.
Seguí la
competición
por diversos portales que la comunidad compartía
en las redes sociales.
«Los
doce guerreros»
sorprendieron
a propios y a extraños,
brindándole
al medio basquetbolero mexicano una dulcísima
satisfacción
por todos los sinsabores del pasado reciente. De paso, la selección
regresó a
un Mundial después
de cuatro décadas.
Esto hacía
pensar que recibir el Preolímpico
era una oportunidad inmejorable para volver a la competencia máxima
(no se asiste desde Montreal 1976).
Gustavo Ayón. FIBA Américas de 2015. En la parte de atrás se ve a Rubén Magnano, otrora campeón olímpico con Argentina en Atenas 2004. Fotografía: Ricardo Butrón.
|
En
la última
jornada de la primera ronda, México
superó por
95 a 83 a Argentina e hizo a la afición
albergar esperanzas
(no
se les doblegaba en un certamen continental desde el Preolímpico
de San Juan 2003). La prensa deportiva, oportunista y desinformada
como siempre, pregonó
el
triunfalismo
(los portales virtuales especializados fueron un poco más
mesurados). Sin embargo, dos días
después
en la semifinal, el oficio argentino acabó
con
el fervor y mandó
a
México
a la reclasificación:
78 a 70. En primera fila un «hincha»
narizón
(Ginóbili),
con playera y gorra negra, celebraba la consecución
del pase a Río
de Janeiro.
Pese
a las mañas
y los reclamos de Nocioni y de Scola (jugador más
valioso del torneo), no pude dejar de admirarme de su experiencia y
entrega
(en vivo sus cualidades se potencian).
Antes
de su participación
en los Juegos Olímpicos,
la Confederación
Argentina de Basquetbol registró
un
documental de esta etapa (desde la conformación
del plantel previamente a México
2015 hasta la preparación
olímpica
en Las Vegas, Córdoba
y Buenos Aires). Recuerdo una escena en particular; por demás
conmovedora. Durante uno de los entrenamientos, el veterano capitán
Scola (flamante abanderado de su delegación
en Río)
defiende el aro y anima a su compañero
a que lo embista con fuerza. La imagen está
cargada
de simbolismo: la despedida, la transición
y la grandísima
responsabilidad
para la siguiente camada.
Consciente
de sus limitaciones, la «selección
de basquet»
se
despidió
en Río
2016 honrosamente del deporte al que le dio tanto (gente como Jason
Kidd, Mike Krzyzewski y Aleksandr Ðordjević
se deshicieron en elogios). Jugó
el
partido más
espectacular y dramático
de la justa, imponiéndose
y eliminando a Brasil, el acérrimo
rival, en doble tiempo extra. Encaró
a
España,
pero no se pudo recuperar del desgaste de la fecha anterior. El
aparente arreglo entre Croacia y Lituania colocó
a
Argentina nuevamente contra Estados Unidos en cuartos de final. La
hazaña
no se concretó:
cayó estrepitosamente
por 105 a 78, concluyendo en el sitio ocho.
Emmanuel
Ginóbili,
el zurdo y ya legendario número
cinco de la «celeste
y blanca»,
el mejor basquetbolista argentino de la historia (considerado por
muchos como uno de los tres deportistas más
importantes de su país),
se retiró a
los 39 años
(mi hermano le pidió a
un amigo suyo que viajó al
Cono Sur la playera oficial y le trajo la de Manu;
hoy ocupa un espacio entrañable
en mi colección).
Su compañero
inseparable y amigo, Andrés
Nocioni, con 36, lo secundó.
Playera de Emmanuel Ginóbili. Indumentaria de la Selección argentina en los Juegos Olímpicos de Londres 2012. César Navarrete. JPG. Fotografía: César Navarrete. |
Para
finalizar
En
un período
en que la selección
mexicana no sólo
no figuraba, sino que prácticamente
no existía,
Argentina suplió y
correspondió a
mi necesidad de apoyar a un equipo (también
prodigué mi
fidelidad a España,
con cuyos jugadores estaba más
familiarizado por las transmisiones televisivas por cable).
Hago
eco de las palabras del escritor uruguayo Eduardo Galeano en
«Confesión
del autor»:
«Y
cuando el buen deporte ocurre (utilizo este término
en lugar del original fútbol),
agradezco el milagro sin que me importe un rábano
cuál
es el club o el país
que me lo ofrece».
La
peor nostalgia no es aquella que se recuerda en el futuro, sino la
que se experimenta por algo que se sabe terminado
—nunca
olvidado—
para siempre.
-Por César Abraham Navarrete Vázquez. Puedes seguir sus publicaciones en Twitter:
https://twitter.com/caesarisnv
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