Una entrevista imperdible a Eduardo Nájera en Junio del 2000

 

Por Pedro Díaz G./Jorge Iglesias/Enviados

Junio de 2000

Juego para ganar. Doy todo en la cancha. Dejo todo mi esfuerzo y trato de ayudar en lo que más pueda a mis compañeros. Desde luego que es muy padre que te reconozcan, que te entrevisten, que todo el mundo te busque y que los niños te vean como ejemplo a seguir. Pero lo más importante para mí es jugar de la mejor manera y que mi nombre y el de mi país suenen por todas las canchas.
Mi vida no ha dejado de ser divertida, sólo es distinta. Cuando miro hacia atrás recuerdo todo lo que me divertí en aquellos primeros años de muchas horas de risas en las calles. Ahora es diferente. Me divierto mucho, por supuesto, pero trato de no caer en los excesos de la publicidad y todo eso.
Necesito estar sin presión, concentrarme en los fundamentos del deporte, que me llevaron a tener éxito hasta ahora: disciplina, trabajo, constancia. Quiero llegar a la NBA para tener dinero y ayudar a que más mexicanos jueguen en este nivel. Pero, sobre todo, quiero jugar en la NBA, no nada más ir a calentar la banca. Estos años en Estados Unidos me han hecho madurar. Creo que ya soy un hombre, y ahora que puedo hacer una pausa veo hacia mi carrera, en Oklahoma, y miro todo el éxito que tuve. Y eso te cambia, obviamente. Me considero una persona que ya ha hecho algo: alguien que terminó la escuela y tiene ante sí una excelente carrera deportiva.
Ya no soy el muchachito de antes. Ahora lucho, peleo contra quien sea, sin importarme si es más fuerte o tiene más cualidades que yo. Puedo demostrar que soy mejor. No temo a nada, ni siquiera a saber si voy a jugar o no en la NBA, porque eso lo uso como motivación para trabajar más fuerte. Si juegas con temor, no llegas a ninguna parte. Por eso me gusta intimidar y, al momento de enfrentar a un adversario, no cambiar esa actitud, que sin duda ya te da cierta ventaja.
¿Que si llegué a tener miedo? Por supuesto. El miedo es una motivación. No sabía qué iba a pasar, si me regresaba a México o me quedaba allá. Y la única manera de quitarme ese miedo era trabajar más fuerte, porque debía estar preparado para cualquier cosa: fuese mi futuro como estudiante o como jugador. Sí, se siente miedo, pero lo usé como motivación.


La noche que nació la Machomanía

Pedro Díaz/Jorge Iglesias/J. Gustafson/Enviados y ESPN
-- I --
Junio de 2000

Qué son unos cuantos puntos de sutura ante el silencio de 43 mil aficionados... Fue la noche que nació la ?machomanía?

El secreto es sólo uno: cada segundo de tu vida es basquetbol. Entregarte en cuerpo y alma. Me gusta trabajar y dar el máximo esfuerzo. Momento a momento. En la cancha, trato de convencerme y lo intento también con mis compañeros, de que somos guerreros. Cuando piso la duela sólo pienso en pelear. Y trato de involucrar a los jóvenes para que luchen y se entreguen por cualquier balón, sin importar lo difícil que pueda parecer. No siempre les gustan mis regaños, pero, en la cancha han dado buenos resultados. En la vida, hasta ahora, también.
Eduardo Nájera no recuerda mucho al respecto. Un minuto estaba preparándose para enfrentar a Mateen Cleaves y al otro yacía boca abajo en medio de un charco de sangre en la duela del estadio Trans World Dome.
Noche del viernes 19 de marzo de 1999. Con el estruendo de las cornetas se mezcla el estruendo de fanfarrias, de porras, de gritos. Más de 40 mil espectadores colman las gradas para ver a los Sooners jugar contra Michigan State. La aparición de Oklahoma en San Luis se debe en gran medida al desempeño de ?El Gran Extranjero?, como le gusta al entrenador Kelvin Sampson llamar a Nájera. Los Sooners ingresaron al ?Gran Baile? como la última selección. Pero los 17 puntos, 13 rebotes, tres robos y dos bloqueadas de Nájera los impulsaron a una inesperada victoria 61-60 contra Arizona y sus 20 puntos y 15 rebotes permitieron derrotar a la Universidad de Carolina en Charlotte. ?Será un partido con jugadas parecidas al futbol americano?, había bromeado Cleaves, a manera de presagio. Último cuarto. Seis minutos por disputarse... De pronto, el impacto, contundente. Burlado por Nájera en una pantalla, Cleaves se estrella con él; su cabeza golpea directo la barbilla del mexicano. ?Fue como chocar contra una pared de ladrillos? confesaría Cleaves. ?Nunca oí un golpe similar?, diría Tom Izzo, coach de los Espartanos. Nájera cae desde sus 2.06 metros de altura, le sigue Cleaves y la arena se sumerge en un ominoso silencio. Es un golpe total a los sentidos. Y sin embargo, muchos de los compañeros de Nájera esperan que el delantero de 108 kilogramos se levante. En sus primeras tres temporadas, lanzar su cuerpo por todas partes se había convertido para Eduardo en un acto común; tan común como las lesiones sufridas (tobillo roto, pie fracturado).
El centro de los Sooners, el también mexicano Víctor Ávila, camina hacia él y le da un cariñoso puntapié en el costado. ?Levántate?, le dice. Después ve la sangre que tiñe de rojo el rostro de su inmóvil compañero y entonces calla. Transcurren cuatro minutos y Mateen está de pie; cinco más y Nájera sigue tendido. El entrenador Alex Brown, quien cura su cortada barbilla justo ahí, en la duela, piensa que quizá a Eduardo se le ha roto la quijada. Pero no. Al fin? Nájera se levanta lentamente y es ayudado a dejar la cancha. Ávila y su compañero Michael Johnson sollozan. ?De la duela salía el corazón del equipo?, recuerda el centro Renzi Stone. En los vestidores, los médicos evalúan el daño: golpes en el pecho, una concusión ligera, un diente astillado y siete puntadas en la barbilla. ?Sentí que me encontraba en mi propio pequeño mundo?, recuerda Eduardo.
Mientras tanto, sus alterados coequiperos fallan, ceden cinco puntos seguidos. Transcurren los segundos: 4.59...4.58... Y, de repente, los fanáticos vuelven a la vida. ?Se escuchó un rugido?, recuerda Sampson, ?como el despegue de un avión.? El entrenador echa un vistazo a la gran pantalla. Una cámara en el túnel muestra a Nájera regresando a la cancha. ?El dramatismo era increíble dice Sampson. Nunca vi a alguien con tanto margen de tolerancia al dolor?. Saluda Eduardo, aúlla el público, fervoroso desde que el mexicano ha catapultado a los Sooners a nuevas dimensiones. No es la primera vez que sobrevive a un fuerte golpe, pero no muchos jugadores harían lo que él hace después de que Cleaves lo dejó tirado y cubierto de sangre. Al llegar a la duela no se detiene en la banca, sino que pregunta a su entrenador: ?¿A quién quiere que marque?? Sampson se maravilla ante ese recuerdo. ?La mayoría de los jugadores habría estado en el hospital?, dice. En cambio, en la siguiente posesión de Oklahoma, Nájera hace crujir los huesos de ¿adivinen quién? Mateen Cleaves? ¿Qué sucedió aquella noche?
Hay una leve sonrisa en el afilado rostro de este gigante nacido en Meoqui, Chihuahua, hace 23 años. Recuerda. Los párpados empequeñecen sus grandes ojos negros tan negros como el lacio cabello lustroso; destaca también su cuadrado mentón. Al fin dice: Que había sufrido mucho para llegar hasta ahí. Que siempre soñé con jugar el mejor basquetbol... Que nunca imaginé todo lo que me estaba pasando. Que mis compañeros veían en mí al líder y no podía darles un mal ejemplo. Me cosieron algunas puntadas, me reanimaron, y regresé. Tenía que regresar. ¿Qué son unos cuantos puntos de sutura ante el silencio de 43 mil aficionados? Volví un tanto aturdido, sí, el coach me dio indicaciones para la jugada siguiente pero las olvidé y entonces hice lo que me nació: otra pantalla sobre Cleaves, y el estadio volvió a llenarse de gritos.
Lo que sucedió después parece ahora casi insignificante. Los inspirados Sooners se acercaron, los valientes Espartanos se aferraron a la victoria. Pero la imagen que todos recuerdan es la de Eduardo Nájera saliendo del túnel, dejando su propio, pequeño mundo. Así fue como los aficionados estadounidenses llegaron a conocerlo. Fue la forma en que Eduardo Alonso Nájera Pérez, un enorme mocetón venido de Chihuahua, entró inconscientemente a sus conciencias.
?MÁS MACHO?, decía el encabezado de una crónica de aquel partido. Esa noche nació en Oklahoma el fenómeno llamado Machomanía. De hecho, una de las esquinas del legendario Lloyd Noble Center, estadio de los Sooners, fue bautizada con el nombre de Eduardo s Warriors, impreso también como el número 21, de Eduardo en las camisetas de los mil 500 espectadores que la ocupaban. Prohibido estaba el acceso a quien no vistiera así.
Piensa en voz alta el reportero: La imagen de Nájera se proyectó a todo el país como la de un hombre fiero, de arrojo? Con voz firme comenta el canastero: Cierto. Acaso fue uno de los días más importantes en mi carrera porque, aunque ya mucha gente me conocía, después de esa noche las cosas nunca fueron iguales en la localidad. Me dio más popularidad. De ahí sacaron, con mucha imaginación, todas las historias de ?hombre malo?, ?hombre fuerte?, ?hombre macho?. Pero no por la forma en la que juego, sino sólo por esos minutos, ese incidente que, por lo demás, es parte del juego. Y si eso hubiera pasado en cualquier otra parte, me levanto igual: habría hecho lo mismo.
Vuela la imaginación del reportero: Conquistar un estado como Oklahoma... Observar las tribunas llenas, las pancartas. Los gritos, el ánimo, las emociones. ¿Qué pasa por la mente de un mexicano que logra todo esto?
Permanece la leve sonrisa en los gruesos labios de Eduardo, quien responde con voz pausada: La verdad, nunca pensé en cosas así, pero ahora que lo mencionas, a veces me pongo a analizar el pasado, lo que hice, lo que logré y, más que nada, cómo reaccionó la gente, cómo todo se fue dando de la nada: en el primer año, pasar por una extraña transición, llena de nostalgia. En el segundo, pensar si me iba o me quedaba. Un tercero de estallido. Y el último año en Oklahoma, prácticamente...
Apoteósico.




Exacto... La despedida, más que nada. Y ves, sientes la emoción que la gente tiene por verte, las ganas... Su deseo de llegar a los juegos una hora, dos horas antes, para buscarte aUn cuando sólo estás tirando, calentando... Eso es algo que sinceramente no se puede describir; imágenes que se graban en cuerpo y corazón. Inolvidable. Entiendo la pregunta, pero no sabría cómo contestarla. Eso es lo que me impresionó: la reacción de la gente...
A propósito de imágenes: nos sorprendió una, en el juego ante los Cuernos Largos de Texas (31 de enero; Nájera y Ávila consiguieron 31 puntos y 20 rebotes; Oklahoma ganó 83-59), que decía: ?México, mándanos más jóvenes como estos?...
Sí, la recuerdo dice Eduardo con naturalidad. Otra decía: ?Eduardo para Presidente?, y eso me llamó la atención, porque estás lejos de tu casa, en otro país, y la gente te quiere. Y aunque suena a broma, me gustó. Me gustó mucho. Hubo varias más que me hicieron voltear a verlas, porque eso es algo que tiene la gente, allá: te dice lo que siente a través de frases ocurrentes, en pancartas. Y no sólo en Oklahoma. En otras escuelas hacían letreros para hacernos enojar: una vez jugamos contra Oklahoma State y tenían una que decía: ?Where is your green card?? Más o menos, ?¿dónde está tu pasaporte?? Víctor y yo nos echamos a reír. Tanto, que a la gente le extrañó, pues se suponía que nos daría rabia. Pero no: son cosas que suceden como parte del deporte. En otra ocasión, en casa, se leía un cartel de ESPN que decía: ?Eduardo Score Points to Nigth? ?Eduardo Anota Puntos esta Noche?, y las mayúsculas eran: ESPN. Desde la esquina Eduardo s Warrior, una chica gritó: ?¡Eduardo, cásate conmigo!?, y estalló el jubilo. Verlos felices, ruidosos, fue realmente emocionante.
Pero el fervor, dice la historia, fue epidemia que se extendió por toda la Unión Americana. De alguna manera, y con sencillez, lo acepta Eduardo: Me sorprendió que fuera de Oklahoma también me reconocieran. Fue impresionante cuando estuvimos en la Final Four, ese campeonato del primero al 3 de abril, en Indianápolis. Fui a ver los juegos, y me reconocieron. Todo mundo quería platicar, acercarse, la firma, la foto. Es increíble cómo los fans de Carolina del Norte, o de Michigan State, Wisconsin, Florida, personas con las hace poco nada tenía que ver, ahora se sientan tan identificadas conmigo.


Un sueño casi realidad

El desierto al sur de la frontera entre Ciudad Juárez y El Paso es un vacío manchado por matorrales. Por casi 200 años, apaches y comanches asolaron la región desde el norte, atacando la frontera abierta y regando la tierra con sangre. Tras la guerra MéxicoEstados Unidos, soldados estadounidenses, ?vigilantes?, siguieron sembrando el terror en el campo. No fue sino hasta principios del siglo 20 cuando los mexicanos empezaron a contraatacar a los del norte, a través de un ladrón de ganado que se elevó a la prominencia en la desértica ciudad de Chihuahua. Pancho Villa permanece como una figura mítica en la historia de México, un Robin Hood que atacó los pueblos fronterizos estadounidenses y ayudó a garantizar el triunfo de la Revolución Mexicana. En 1916, el general John Blackjack Pershing fue enviado al sur a capturar y castigar al bandido. Pero Villa, el único extranjero que ha invadido exitosamente Estados Unidos, nunca fue capturado. Hoy, los bandoleros comandados por Villa que alguna vez se congregaron en las montañas que rodean Chihuahua, han sido reemplazados por chicos con la camiseta número 21 de Oklahoma, poderosas empresas mexicanas ven la posibilidad de una nueva estrella de los comerciales, y los chihuahuenses se preparan para otro tipo de invasión. Este miércoles, si todo va como se espera, Eduardo Nájera se convertirá en el primer mexicano seleccionado para el basquetbol profesional.
¿Qué pasará en el draft? A los reclutadores les encanta la energía de Nájera. ?Cualquiera que sea el equipo para el que juegue obtendrá un honesto trabajo diario?, señala Dick Percudani, director de reclutamiento de los Suns de Phoenix.
Hace un año Eduardo no pensaba en la NBA e inclusive en sus respuestas ante la prensa relegaba el tema a segundo término; decidió primero terminar su carrera universitaria, su elegibilidad como colegial y después hablar. Lo hace ahora: Ya sueño con jugar en la NBA. Lo he estado esperando desde hace cinco años, cuando llegué a Cornerstone y durante mi carrera con los Sooners. Al imaginar lo que vendrá, lo que inclusive ya está sucediendo, como este viaje a México, me pongo algo nervioso. Pero ya quiero estar en el mejor basquetbol del mundo. Realmente no me interesa qué equipo me pueda escoger, aunque me inclinaría por alguno cercano a México, como San Antonio, Los Ángeles, Houston, Dallas, inclusive Orlando o Miami. Y, por supuesto, los Bulls.
¿Nájera como factor del resurgimiento de los alicaídos Toros?
Sueños son.



Cuando los amigos se encuentran...


Pedro Díaz G. y Jorge Iglesias/Enviados
--II--

Martes 27 de junio de 2000

¿Saben ustedes lo difícil que es llegar a un país y en apenas ocho meses hablar ya la lengua de la región?, preguntó Kelvin Sampson, su entrenador, a un grupo de reporteros

Después de su despedida de los Sooners de Oklahoma, Eduardo Nájera visitó México dos fines de semana. Vino a ofrecer clínicas de basquetbol a pequeños estudiantes que pagaron 300 pesos por inscripción en el Distrito Federal donde también jugó un partido amistoso contra el equipo de Magic Johnson y en Monterrey. Fue apresurado todo lo que hizo Nájera en su apretada agenda. De un escenario a otro, lo mismo fueron tableros y encestes que, al caer la noche, meterse en un terno y cumplir con compromisos sociales: invitaciones, homenajes, comidas. Inmerso en una agenda netamente comercial, hizo una pausa en su intensa actividad para conversar en ambas ocasiones con los reporteros de El Universal. Ya lo había hecho con John Gustafson, de ESPN. Las entrevistas se realizaron en el Colegio Americano y en el gimnasio del hotel de Monterrey. Acaso renuente, se dispuso a la charla. Pero no mostró asomo de colaboración con los reporteros gráficos.
Una frase escapa, de manera casi involuntaria, de los labios de Eduardo Nájera. Y es todo un tributo para Kelvin Sampson, su entrenador en la Universidad de Oklahoma: Ha sido como un segundo padre para mí...
John Gustafson nos hace recordar que ese cariño era mutuo: Cuando terminaba el último año de la carrera colegial de Eduardo, algunos reporteros organizaron una conferencia de prensa con el coach Sampson. Abundaron las preguntas sobre el Más Macho. Querían saber cómo ese tímido fuereño de inglés descompuesto se había vuelto eventualmente el líder reconocido de una potencia que está entre los 20 mejores equipos de basquetbol colegial de los Estados Unidos. Abundaban las respuestas. Sampson optó por otra pregunta: ¿Saben ustedes lo difícil que es llegar a un país y en apenas ocho meses hablar ya la lengua de la región? ¿Imaginan lo que fue, además, presentar exámenes escolares una y otra vez hasta aprobarlos, y jugar basquetbol al nivel y con la fuerza con la que él lo hace?
En silencio quedó brevemente la nube de reporteros a su alrededor. Sampson aprovechó el instante para contar historias del jugador mexicano que en Oklahoma University se convirtió en leyenda..
En la cancha, Nájera se expresa en un lenguaje tan universal que es fácil darse cuenta por qué nuestros fanáticos se enamoran de él. Se apresura a llegar a la zona de disparo, busca las pelotas que salen, pone quietos a sus rivales. Pero también puede manejar el balón, bloquear disparos y encestar desde la línea de tres. Hace algunos años, y vistiendo la camiseta nacional de su país en la liga profesional veraniega de Los Ángeles, fue segundo en robos detrás de Kobe Bryant ahora jugador superestelar de los Lakers, campeones de la NBA.
Hace tantas cosas bien, de hecho, que resulta quizá fácil desestimar lo que acaso sea su mayor cualidad: su sentido de la cancha. Jugó como delantero débil en su tercer año. En el cuarto, a menudo recibió doble y triple cobertura, al tiempo que promedia 19 puntos por juego. Y, al tiempo que su inglés fue mejorando, también creció su voz en los vestidores. Fue gracioso señala J.R. Raymond, guardia de segundo año . A veces se sentía frustrado cuando no podía decir las palabras correctas. Así que decía: ?olvídenlo, simplemente juguemos duro?.
Pero lo que tal vez más impresionó del Macho Man, fue haber sido el único jugador capaz de apaciguar a Lynn Johnson, el volátil guardia ya graduado, y aplacar a Ryan Humprey, el talentoso pero irritable delantero transferido a Notre Dame. En esa última temporada, Sampson nombró a Nájera capitán del equipo, honor nunca conferido a un solo jugador.
Los Sooners filman cada una de sus prácticas, y cuando Sampson pidió a un asistente hacer una cinta con las jugadas de fuerza de Nájera, ésta ocupó 20 minutos. La temporada pasada, Eduardo encabezó al equipo tanto en anotaciones 15.5 puntos por juego, como en rebotes 8.3 por partido.
Pero Sampson siguió preocupándose, especialmente después de que el mexicano fuera seleccionado para el equipo de estrellas Playboy. Ryan Minor, el último Sooner que recibió esa distinción, tuvo problemas en su último año y terminó jugando beisbol con los Orioles de Baltimore. En una de sus frecuentes charlas previas a los entrenamientos, Sampson manifestó a Eduardo sus temores. Pero, antes de que terminara su sermón, el chihuahuense levantó la mano y lo interrumpió a la mitad de la frase para decirle: Entrenador, ¿puedo decir algo?? No soy Ryan Minor. ¿Podemos empezar a tirar ya?
Sampson considera que Nájera es la estrella perfecta, despojado de ego y consciente de sus fallas. En un momento de la última temporada, Eduardo preguntó a Sampson si estaba tirando demasiado. Y cuando todo el equipo se aprestaba a escuchar la perorata del entrenador, se sorprendió con la respuesta, de una sola palabra: ?No?.
En ocasiones, Sampson se vio obligado a poner a Nájera como ejemplo sólo para mantener la honestidad del resto de los jugadores. Así se vio, con toda claridad, durante una práctica: Nájera se derrumbó con gran dolor tras sufrir un rodillazo en el riñón. ?No sé por qué se queja dijo Sampson, mientras se alejaba de la escena? Tiene dos de esos. Vamos, ayúdenlo a levantarse?. Nájera se incorporó y en la siguiente jugada retomó su lugar en la duela, mientras su expresión cambiaba de la mueca de dolor a la risa.
A veces lo criticaba sólo para que los demás no pensaran que era mi favorito admite Sampson . Pero sí lo era. Y no me incomoda decirlo.
*** El pasado 18 de marzo, los mexicanos Eduardo Nájera y Víctor Ávila jugaron en Tucson su último partido en la NCAA. En la segunda ronda de playoffs cayeron los Sooners, 66-62, ante Purdue. Nájera fue expulsado por cinco faltas en la duela; terminó con 15 puntos y seis rebotes. Ávila sumó siete unidades y ocho tableros. Les despidieron con llanto. Y con mariachis.
Eduardo terminó su elegibilidad con promedios de 13 puntos y 7.2 rebotes por partido. Fue candidato al trofeo John Wooden similar al Heisman en el futbol americano, que se otorga al mejor jugador. Finalmente lo obtuvo Tony Harris, de Tennessee; para Nájera fue, en cambio, el premio Chip Hilton, que el Salón de la Fama otorga al jugador del año.


***

No es fácil relacionar a ese furioso torbellino del que hablan las crónicas de la Universidad de Oklahoma y sus Sooners basquetbolistas, con este tranquilo gigante que aquí no grita, como en la duela, sino que habla con voz pausada. Una sonrisa casi beatífica sustituye al gesto fiero; son suaves sus modales, muy lejanos a la rudeza sobre la cancha. En su palabra, clara y firme, reverberan aires norteños, aires de Chihuahua: ¡Qué bonitos son los recuerdos! exclama. ¿O no?
Inútil decirlo. Ya ha sido dicho aquí. Pero el éxito del presente no borra el sufrimiento del pasado. Especialmente, insiste Eduardo, el sufrimiento de ese primer año de pesadilla en Norman.
¿Qué fue lo más difícil en lo difícil que fue todo para él?
Eduardo dice que la nostalgia por lo suyo: su familia, sus amigos, su idioma? ¿Y después?
Frunce Eduardo el entrecejo, y responde mientras su mirada se esparce por el llano regiomontano, árido y gris, como el de Meoqui: Vencido el primer obstáculo, el del idioma y todas sus consecuencias, tampoco fue fácil ingresar al equipo, que era simplemente un reflejo de lo que es el país: por el sólo hecho de ser extranjero ya te miran mal y no son para nada cordiales contigo. Mis propios compañeros en la duela trataban de que me viera muy mal en los partidos. Y ahí vas, poco a poco, minuto tras minuto. Unos cuantos, los que el coach decida, en un partido. Otros pocos en otro, hasta que te vas dando a respetar y desarrollas tu mejor juego.
Hay quien afirma que el tercer año fue definitivo en la carrera de Nájera. Sí, acepta. Y lo explica: Sucedieron tres cosas importantes. Primero, que por fin logré adaptarme a la cultura estadounidense y a su tipo de vida. Segundo, que en un juego de beisbol conocí a Jennifer Methvin, y me enamoré de ella. La veía caminar en el campus de la Universidad, pero no me atrevía a hablarle. Por fortuna sonríe el canastero, como cuando logra un difícil enceste, como debe de ser, empezó a hablarme por teléfono. Nos hicimos novios y mi vida se tornó más social: ir a misa, convivir, jugar básquet con Julie, su prima? ¿A cuántos kilómetros se encuentra Jennifer en estos momentos?
Imposible saberlo. Pero se siente aquí su presencia. Se dulcifica la expresión de Eduardo. Se entorna su mirada.
¿Y tercero, Eduardo?
¿Qué??
Hablabas de los elementos del cambio? ¡Ah, sí!? Tercero, que al equipo, a la universidad, llegó mi compatriota Víctor Ávila y entonces se compuso todo, porque no hay mucho mexicano por allá, hay mucho cabrón de Venezuela, de Colombia? ¿Mexicanos?? Dos o tres, y están escondidos. Víctor y yo vivimos juntos, nos conocimos a fondo y se cambiaron los papeles: yo lo ayudaba como la gente me ayudó: él se quería regresar todos los días...
Cuando dices ?nos conocimos a fondo?, quiere decir que ya se conocían. ¿Sucedió en México?
Sí. Alguna vez nos tocó jugar en diferentes equipos, en otras nos vimos en el seleccionado nacional. Lo veía y pensaba: ?ese amigo es bueno, pero yo tengo que ser mejor?. En ese momento no es que odies, no, pero estás en una lucha y por supuesto no te gusta la persona con la que estás compitiendo. La tienes que detestar un poco? La unión con él ya fue realmente en este último año. Ya no odio, ya no detesto a Víctor. Somos los mejores amigos.
¿Cómo se ayuda a alguien en esas circunstancias?
No se trata de aconsejar, sino simplemente comentar que pocos cuentan con la oportunidad de sacar una carrera en la Universidad de Oklahoma, y preguntar: ?¿o prefieres terminarla en Culiacán?? ?¿Prefieres jugar en uno de los mejores niveles de basquetbol, o en cualquier liga profesional de México??
El recuerdo grato ha traído el buen humor a la conversación. Franca es la sonrisa de Eduardo cuando comenta: Otra cosa que hacía con Víctor era tratar de distraerlo, de sacarlo de su marasmo? Le presenté unas chavas, y la broma le arranca una carcajada luego empezó en el trago? Le gustó tanto el ambiente que ya no pensó más en volver. Ya para qué.
Muchos momentos, bellos casi todos, unieron esas vidas. ?¿Te imaginas? pregunta Eduardo? Con Víctor sucedió que no sólo hablábamos el mismo idioma y practicábamos el mismo deporte, sino que también compartíamos soledad y recuerdos. Porque al principio el Víctor nomás se la pasaba triste... En ese entonces nos gustaban cosas diferentes, pero luego nos fuimos acoplando y hacíamos cosas que a los dos nos agradaban. Teníamos mucho en común y también la carrera universitaria sociología, que por cierto es el mejor regalo que le pude haber dado a mi madre. Me dice ella: ?es mejor que cualquier campeonato?. Y aunque los entrenamientos son muchos, y el tiempo de estudiar y entrenar te deja poco espacio, íbamos al cine, de compras, a bailar a una disco, con unas muchachas, a una fiesta... Fueron muchos meses juntos.
Y ahora que se separan...
No creo que nos vayamos a separar ya. Como te digo, la amistad es muy grande y pase lo que pase vamos a estar juntos. Aunque vaya a jugar a Europa, o a Estados Unidos, estaremos en contacto pues ambos representamos a nuestro país. Si nos distanciamos, ya lo hemos platicado, nos reuniremos en el verano o cuando haya un tiempo, pero no dejaremos de buscarnos.
A su lado, el rostro transfigurado por la emoción, Víctor Ávila escucha las palabras de Eduardo.
Se abrazan. Y dice Nájera: Porque la amistad, lo he descubierto, es un tesoro en la vida?
Adiós temores, hola basquetbol

Pedro Díaz/Jorge Iglesias/Enviados
--III--
Lunes 26 de junio de 2000

Los inicios: ?Mi padre quería que fuera beisbolista, pero el camino estuvo marcado por mi estatura... En las calles me sentía Scottie Pippen?

Desde la carretera, Norman, Oklahoma, parece un enorme lugar de descanso para camiones. Pero, para Eduardo Nájera, hay algo tranquilizante en todo ese espacio llano, abierto: le recuerda Meoqui, pequeña población de 39 mil habitantes donde nació el 11 de julio de 1976. Se llamó Santa Rosalía, pero en 1866 cambió su nombre en honor de Pedro Meoqui, militar chihuahuense que murió en combate cuando las tropas republicanas desalojaron a los franceses de Hidalgo del Parral. Meoqui: un punto en el mapa, a una hora de Delicias; a dos de Chihuahua. Pueblo agropecuario con agónicas reminiscencias tarahumaras.
Diecinueve años tomó a Eduardo cambiar el árido paisaje de Meoqui por el árido paisaje de Norman? Meoqui, recuerda Eduardo el menor de seis hermanos, era propiamente un lugar donde la familia Nájera Pérez, que vivía en Chihuahua, pasaba los fines de semana. Su padre, don Servando Nájera, era empleado municipal en el Departamento de Aguas; a labores de hogar se dedicaba su madre, doña Rosa Irene Pérez. Además de los obvios afanes de ser cabeza de una familia numerosa, había algo que también apasionaba a don Servando: el beisbol.
Con melancólica sonrisa recuerda Eduardo: Era short stop y jugó torneos estatales con los Dorados de Chihuahua, un poquito como profesional porque todos ellos ganan dinero. Una vez fue a jugar a México, no sé con qué equipo, pero después de dos o tres años le venció la nostalgia y decidió regresarse a Chihuahua.
Y a paso veloz, como en un contragolpe, pasa Eduardo por aquellos años de la infancia. Años felices, dice.
Todo era puras sonrisas, puras bromas. Era salir a la calle, y jugar con los amigos, y escuchar los gritos de mamá, diciendo que ya estaba lista la comida. No había nada de qué preocuparse. Todo era alegría.
Y deporte, por supuesto.
Como él, había decidido don Servando, su hijo también jugaría pelota. Pero a su hijo le gustaba también el futbol, casi exótico en un estado donde el basquetbol es lo que el balompie en Brasil: pasión. Finalmente, su propio físico ?tengo una foto del kinder. Desde entonces aventajaba en estatura a mis compañeros. Y por mucho? le indicó el camino: a los 15 años era demasiado alto. Por otra parte, la verdad ya era incontrovertible: nada tenía que hacer Eduardo patrullando los jardínes con una manopla en la mano izquierda, y cada día era más bajo su porcentaje de bateo. Fue separado del equipo de pelota en la preparatoria.
No sufrió mucho. Porque tarde a tarde se cumplía el divertido rito que nació un año antes, cuando Eduardo creció veinte centímetros y finalizó la secundaria de encontrarse con los amigos a botar una y mil veces el balón y encestarlo sin cansancio en la canasta de un tablero que los vecinos instalaron en la calle Sicomoro. Un aro, chiquillos y muchos balones se reunieron desde entonces. Tardes felices. De barullo, de barrio polvoso y risas sin fin. Y cuando se extinguía la tarde y aparecía la noche vestida de intenso azul, sobre el horizonte se recortaba la solitaria silueta de Eduardo y se escuchaba el incesante golpeteo del balón contra el tablero, el chasquido del balón entrando limpiamente a la red.
Empecé a jugar basquetbol con el profesor Sergio Panduro en el CBTIS 122 y después todo fue marchando bien. No era muy bueno, pero medía 1.98 y podía ?clavar?, por lo que me mantuvo en el equipo. Supongo que pensó que eventualmente sería bastante bueno dice Nájera con sinceridad.
¿Basquetbol? protestaba don Servando. ¡Juego de niñas! ¿Y el beisbol? respondía su hijo a la provocación? Puro gordito, barrigón, que no puede ni correr.
Fingía enfurecerse don Servando.
Su hijo remataba la broma: Pues nomás véase en el espejo, apá? Pronto se convirtió Eduardo en seleccionado de la escuela; después se integró a otras selecciones y surgieron partidos nacionales e internacionales. A los 17 años el profesor Raúl Palma lo llevó con los Dorados del Cimeba a una gira en Durango, donde realizó un extraordinario papel.
Ya era suficiente. El camino estaba marcado, acepta Eduardo: Entonces me dediqué, me entregué a este deporte, pero sin descuidar los estudios. Así ha sido hasta la fecha. Y mientras me repetía que nunca más me volverían a sacar de equipo alguno, mi padre me llenaba de consejos y en las calles me sentía Scottie Pippen.
En 1994, Chihuahua fue campeón nacional. Era un equipo muy nivelado con sólo una gran estrella. Se llamaba Eduardo Nájera.
Apenas tres años después de aquellas tardes polvosas de basquetbol de barrio, Eduardo consideraba una oferta de beca de la Universidad Autónoma de Nuevo León cuando recibió una llamada de Chuck Skarshaug, entonces entrenador de la Academia Cristiana de San Antonio, escuela de apenas 150 estudiantes. Vagamente recordaba a Skarshaug: se saludaron de mano durante un torneo internacional, y eso había sido prácticamente todo. Ahora éste le ofrecía la oportunidad de jugar gratis en Estados Unidos, como estudiante de intercambio en un equipo que incluia a otros mexicanos.
Recuerda Nájera: Era una oportunidad para aprender inglés y seguir con mis estudios del otro lado. Al principio no imaginaba seguir la ruta del basquetbol, pero el coach Skarshaug me llevó a Estados Unidos precisamente con esas intenciones. Así que la tomé.
A una escuela pequeña y a una ciudad en la que indistintamente se hablaba español e inglés, Eduardo viajó en octubre de 1994. Se hospedó con John y Sandra Schieffer, miembros de un programa de intercambio. Jugó algo de basquetbol, estudió otro tanto. Pero, gracias a una espléndida actuación en un torneo estatal y a los constantes llamados de Skarshaug a diferentes coaches colegiales en toda la Unión Americana, en unos meses ya le buscaban de varias universidades, ofreciéndole un futuro: Duke, Indiana... Repentinamente, la posibilidad de jugar basquetbol colegial era real, excepto por un problema. Nájera, entre risas: No aprendí nada de inglés en San Antonio. Nada. De hecho, durante las llamadas con los entrenadores, me mantenía silencioso al teléfono porque no entendía. Creo que verbalmente me comprometí con todos. No sabía lo que me estaban diciendo. ?Oye, ¿te gustaría venir a la escuela aquí??? ?Yes, oquei?, respondía? Esas eran las únicas palabras que sabía.
Oklahoma University fue una de las últimas en mostrar interés.

El descubrimiento

19 de abril de 1995. Dos años después del atentado terrorista contra el World Trade Center de Nueva York, otro ataque activista conmueve a Estados Unidos: un camión con explosivos es estacionado enfrente del Alfred P. Murrah Federal Building, en Oklahoma. A las 9:02 horas estalla la dinamita y parcialmente destruye la dependencia federal. Mueren 168 personas; entre ellas, 19 niños. Ajenos a la tragedia, con rumbo a San Antonio volaban dos personajes: Kelvin Sampson, entrenador de los Sooners de Oklahoma, y su asistente Ray Lopes, para observar a Nájera. En el gimnasio de la academia lo vieron jugar un ?21? que duró más tiempo que el que tomó a Sampson llegar a una decisión.
Quiero a este chico dijo a Lopes después de cinco minutos.
Un par de charlas. No fue necesario más. Eduardo accedió a irse con ellos.
¿Las razones?
?Te prepararé para la NBA?, prometían los coaches que se acercaban a mí. ?En Oklahoma podrás estudiar?, me sugirió, en cambio, Kelvin Sampson. Y eso era lo que yo quería: meterme a la escuela... Firmé con ellos y como a las tres semanas ya estaba en Oklahoma. No pensaba en la bomba. No me preocupó eso del terrorismo, pero a mi mamá sí, y me lo decía: tenía miedo de que me fuera para allá..
La mudanza se produjo en el otoño.
Nájera se encontró con aquella aridez de Norman, Oklahoma, que tanto le hacía recordar la aridez de Meoqui. Pero allí, a diferencia de Meoqui y de San Antonio, nadie hablaba español, así que Eduardo se inscribió en la UO como estudiante de medio tiempo para tomar dos cátedras de idiomas.
Mudo entonces, evoca ahora, cuando la existencia va cambiando: El primer año pensaba, todo el tiempo, en que debía tener las maletas listas. Porque extrañas a la familia, que es lo más importante. Pero también dejas tu cultura y llegas a una nueva que, piensas, no está hecha para ti. La manera en que vives cambia completamente. Creo que las cosas son así de complicadas porque si fuera fácil, todo mundo haría lo mismo, tendría los mismos objetivos y alcanzaría las mismas metas. En mi caso, todos los días pensaba en regresarme, y ya: dejar de jugar basquetbol en Oklahoma, dejar la escuela. Pero mi propia familia me convenció de seguir; también influyeron muchos amigos que me escribían y me pedían que me quedara, por mi propio bien, que iba a ser lo mejor para mí, como estudiante y como basquetbolista.
Insiste Eduardo, sin amargura: Los primeros días en Norman no atrevía siquiera acercarme a alguien para platicar. ¿Y cómo, si no sabía hablar inglés? No podía decir ni dos frases. Me envolvía el silencio la mayor parte del día; comía en los fast food y sólo pedía Subways . Me la pasaba solo, lidiando con el frío, caminando por las calles, matando el tiempo ante la televisión, entrenando, viendo cómo se me acababan los dólares, y metido en los libros. Pero nada más mirándolos, porque en clases me iba peor: no entendía absolutamente nada...
En virtud de que tenía que aprobar el examen de ingreso (que la liga colegial de basquetbol exige sea hecho en inglés), no podía practicar con los Sooners ni reunirse con ellos en la banca. Observaba los juegos, solo, desde las filas de atrás.
Llegué a odiar ese examen atreve Eduardo. Lo reprobaba una y otra vez. No porque fuera difícil, sino porque ni siquiera podía leerlo. Al principio, tal vez en las primeras tres semanas, tuve ganas de llorar y lo hice. Después hablaba con mis padres pero ellos, entre apoyos para que le siguiera echando ganas, también me dijeron: ?Ya estamos ahorrando para mandarte el boleto de regreso?. No obstante, con el apoyo de don Servando no dejé de luchar, y cuando reprobaba me decía a mí mismo: ?No es posible que otros pasen y tú no?. Además, me era urgente aprobarlo, porque mientras no cumpliera con los requisitos educativos, no podría jugar basquetbol. ¡Y eso era lo que me gustaba! Hubo días en los que me sentía tan mal, tan sin ganas de ir a ningún lado, que acudía al cubículo de una amiga, asesora en la escuela, y en español hablábamos de probabilidades. Llegué a decirle, verdaderamente triste: ?Ya no puedo más?, y ella siempre me animó: ?Lo lograrás, ten paciencia. Aguanta?.
Cuatro veces presentó al examen.
Hasta aprobarlo.
Chao, temores; hola, basquetbol.
Nájera vistió por fin la camiseta roja en 1996 y, con el basquetbol de regreso en su vida, su mundo empezó a expandirse. Durante su temporada de novato segundo año en Norman, tuvo como vecinos a sus compañeros Tim Heskett y Renzi Stone, Los Tres Amigos , como todos les llamaban. Inseguro todavía de su inglés, Nájera a menudo titubeaba y les pedía ordenar la pizza; luego todos miraban el programa de comedia Seinfeld . ?No entendía ni una palabra?, señala. ?Se reían, y cuando yo preguntaba ?¿qué significa eso??, se reían aún más?. Las comedias nocturnas se convirtieron en lecciones alternativas de inglés. Por primera vez desde su llegada al campus, el chihuahuense estaba pasando un buen rato.
Pronto le rendiría tributo una ciudad a la que no le hablaba.
Chito, el consentido
Pedro Díaz G. y Jorge Iglesias/Enviados
--IV y última--
Junio de 2000

No tengo idea de cómo voy a pagar a mis padres lo que han hecho por mí. Son tan sencillos como yo...

?Has sido llamado ejemplo para la juventud? Símbolo de la nación.
No se sincera Eduardo Nájera. No llevo el peso de todo un país en los hombros. No me pongo presión extra: lo que hago lo hago, primero, por mí. Porque me divierto y de lo lindo. No pienso en más: soy de Chihuahua, soy mexicano. Pero lo mío es jugar. Y hacerlo bien.


* * *

Con muda idolatría lo miran los chiquillos. Como se mira a un dios: Vuela desde la línea de tiro y se eleva hasta rebasar el aro. Un compás abierto son las piernas; las manos, dos garras sobre el balón en todo lo alto de los largos brazos. Y cuando este hombre volador inicia el descenso, con violencia mete el balón en el aro. Se escucha, en el gimnasio todo, el sonido del encuentro del esférico con las sacudidas redes. No cae a tierra el hombre volador: sus 112 kilogramos penden de ese aro de resistente aluminio; el corpachón de 206 centímetros se bambolea en lo alto mientras los chiquillos, embelesados, dejan escapar un murmullo de admiración.
Ahora están aquí, en el centro de la duela, sentados en cuclillas. Forman un semicírculo desde cuyo centro Eduardo Nájera les habla de técnicas, de tácticas, de actitudes, de ejemplos? Les habla de sí mismo, de sus sentimientos; y cuando lo hace, se adivina una cierta tristeza en sus ojos expresivos: Hay algo que tengo presente todos los días: los consejos de mi padre, don Servando. Alguna vez me dijo: ?si te vas, nunca olvides que pase lo que pase, tengas lo que tengas, hagas lo que hagas, siempre debes acordarte de dónde surgiste: eres de Chihuahua, eres mexicano, lo serás toda tu vida?. Y no lo olvido.
Se conmueven los chiquillos. Le aplauden. Lo miman con la mirada.
Un comentarista radiofónico, uno más entre tantos que prodigan el elogio empalagoso y comprometedor, le obsequia a gritos los adjetivos calificativos. "¡Este muchacho es todo un símbolo deportivo del país, un ejemplo para nuestra infancia y nuestra juventud!"? De reojo lo mira Eduardo.
Ya habrá tiempo para aclarar?

* * *

No le agrada la miel en las palabras. Y tampoco que le pregunten sobre el basquetbol en México. Se siente comprometido: qué decir si, ante la posibilidad de jugar un partido de exhibición en su país, lo que observa son pugnas entre promotores y federativos, probables sanciones.
-No tengo mucha referencia sobre lo que está sucediendo aquí -comenta sin ocultar su molestia. Sé que en Chihuahua hay pocos apoyos; que a Víctor Ávila y a mí nos ha costado mucho llegar hasta donde nos encontramos, y los alcances de esos costos son casi familiares. Pide, suplica el canastero: -No me pregunten... No sabría qué responder.
Se cierra un camino. Hay que abrir otro.
No puedes ocultar la emoción cuando de tu padre hablas, Eduardo? No hay necesidad de una pregunta. Toma Eduardo la palabra. Dice: Es un hombre excepcional. Cuando tuve que alejarme de él, de mi familia, sabía que vendrían tiempos difíciles: me iba a tocar esa parte de mi crecimiento como persona lejos de ellos, me preguntaba: ?y si me voy por malos pasos, ¿quién me va a aconsejar?"? Siempre que pienso en que me estoy convirtiendo en un adulto, me doy cuenta de lo difícil que es sostener una familia. Por ello mi papá es mi ídolo: logró educar a sus seis hijos, pensando siempre primero en tratar de sacarnos adelante, inclusive dejando a un lado las ofertas que le llegaron del beisbol profesional, para no abandonarnos. Todos los sacrificios y esfuerzos que hago tienen una sola razón: ayudar a mis padres porque ellos me han dado todo. No tengo idea de cómo les voy a pagar lo que han hecho por mí. A veces pienso en darles el mejor regalo del mundo, pero ellos, que son tan sencillos como yo, tal vez no se sentirían bien con una actitud así. Mi mejor regalo, pienso, es estar a su lado.
Lo supo don Servando: siempre estará su hijo a su lado. Sucedió hace ya casi un año: en México vacacionaba el ya jugador estelar de los Sooners, cuando don Servando, de 55 años, sufrió un ataque al corazón. Eduardo se sobrepuso al temor que se le metía en el cuerpo y fue piel sobre la piel de su padre desde el momento mismo en que éste se derrumbó. Su mano derecha aprisionó la mano derecha de don Servando y no la soltó en el largo camino entre el hogar y el hospital, en una ambulancia que aullaba por las calles de Chihuahua.
Estremecido por el recuerdo, en voz baja habla Eduardo: Se puso muy malo. Y así siguió durante una semana. Estuve con él todo el tiempo, hasta que le instalaron un marcapasos. Casi moría...
Sobrevivió don Servando para vivir el mundo en el que vive su hijo. Ya no ve sólo beisbol de Grandes Ligas "me decía mi mamá, asombrada, que don Servando nomás quería ver por la tele los juegos finales de la NBA. Antes? ¿Pues cuándo?", nos revela Eduardo; llegó hasta la duela misma y en algunas noches en Oklahoma se impregnó de la Machomanía y sus gritos se unieron a los gritos de apoyo para el jugador con el número 21 impreso en la camiseta escarlata. ¿Ya no piensa más que el basquetbol es deporte para niñas? bromean los reporteros.
Eduardo continúa la broma: ¡No, qué va!? ¡De puro macho!? La verdad es que se acercó al basquetbol, vio la clase de deportistas que lo practican y cómo lo practican, y ya cambió de opinión.
Se le veía serio en algunas transmisiones, cuando te fue a ver jugar en Oklahoma. Como si de verdad no le gustase el basquetbol.
Así es él.
A su final se aproxima la charla. Vence el tiempo concedido por Nájera. Un par de preguntas más, si acaso? Estamos a unos días de un momento de gran trascendencia para ti, como lo es el draft de la NBA. ¿Qué es el presente en la vida de Eduardo Nájera?
El basquetbol es importante; la NBA también, pero hoy siempre será más importante la familia, que me enseñó a no interesarme en el futuro, sino a pensar en el hoy. Y ese hoy es pura felicidad, gracias a Dios. Para mi familia siempre seguiré siendo el Chito...
¿El Chito Nájera? inconscientemente interrumpen los reporteros? Asiente Eduardo con una leve sonrisa jugando en su rostro recién afeitado: El apodo me lo pusieron porque era el más chiquito, el Chito . Y cuando nací, cuenta mi papá, mis hermanos andaban como locos conmigo. Todos querían llevarme a dar la vuelta, darme de comer. El Chito . Era el consentido. Ojalá siga siéndolo.
No más. Ha transcurrido la media hora convenida. Nájera extiende la manaza derecha para despedirse con suave apretón.
Y ya cuando se agita su brazo derecho en señal de despedida: ¿Y qué quisiera el Chito para el futuro?
Lo mismo que siempre ha visto en casa: una buena esposa, muchos hijos. Una familia.

-Por Pedro Díaz. Fuente: PedroGDíaz Enlace
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